12Sep2022

¿Qué es la biomímesis?

Un caracol venenoso, los fractales de un helecho, la autofertilización del bosque... la naturaleza como fuente de soluciones para los retos humanos.

¿Qué es la biomímesis?
El bioquímico Frederic Vester decía que la naturaleza es la única empresa que no ha quebrado en 4.000 millones de años. Y no será porque no enfrente crisis recurrentes, incluso cataclísmicas. Vester apuntaba así a la esencia de la biomimésis, la disciplina que emula las soluciones naturales: un material, un diseño, una estructura, un sistema o un proceso animal, vegetal o mineral para resolver problemas humanos, especialmente los vinculados con la ineficiencia en el consumo de recursos. Tiene sentido el concepto: nadie desarrollaría desde cero un producto sin partir de lo aprendido y experimentado por quienes lo trabajaron antes. La biomímesis propone consultar en ese inagotable laboratorio de I+D+i que es la naturaleza, sin patentes y de código libre, que acumula conocimiento especializado tras millones de años de adaptación a entornos cambiantes y hostiles. Por ejemplo, la mano humana, prensil, potente y a la vez precisa que puede inspirar a la robótica. Según Biomimicry Iberia, la biomimética aprovecha que la vida crea las condiciones propicias para la vida y se guía por diez principios básicos: uno, la naturaleza solo usa la energía que necesita, es un paradigma de eficiencia (por ejemplo el bajo consumo y alto rendimiento de un cerebro); dos, recicla todos los materiales; tres, resiste las perturbaciones; cuatro, tiende a optimizar en lugar de maximizar; cinco, proporciona beneficios mutuos; seis, funciona en base a información; siete, emplea materiales y procesos químicos seguros para los seres vivos; ocho, prioriza los recursos abundantes y usa los escasos con moderación; nueve, la función determina sus formas; y, diez, está en sintonía con lo local. Se trata de aplicar la inteligencia ecológica a la inteligencia tecnológica en cualquier actividad desde medicina, computación e ingeniería a nanotecnología, ciencia de materiales o diseño industrial. Incluso, en la gestión de equipos y empresas se estudian modelos de liderazgo como el de los lobos o la forma en que las comunidades de hormigas enfrentan crisis de forma individual y grupal.  En realidad, la biomímesis ha existido siempre como recurso. Un ejemplo clásico es el sistema hidráulico que diseñó Da Vinci imitando el flujo de los ríos. Pero el desarrollo tecnológico, el conocimiento de la complejidad natural y la necesidad de soluciones para desafíos como las crisis climáticas y energéticas, hacen de la biomímesis un sector emergente. Según la Point Loma Nazarene University de California, en 2025 sus aplicaciones industriales podrían generar más de 300.000 millones de dólares anuales, ahorrar 50.000 millones en recursos naturales y dar trabajo a dos millones de personas solo en Estados Unidos. Las innovaciones crecen en número y sofisticación, más allá del velcro o los tejidos hidrófugos e hidrodinámicos que imitan al loto y la piel de tiburones. Existen microrobots que reproducen la biomecánica de los insectos para levantar 2.000 veces su propio peso. Otros se coordinan mediante sensores, antenas y ojos parecidos a los de las abejas y podrían usarse para polinizar cultivos. Y un dron con forma de rapaz, desarrollado por una empresa gallega, controla plagas desde Noruega a Chile. Se estudia la adaptación de las hojas a diferentes climas extremos para optimizar las envolventes de los edificios. El Bic House, en Hamburgo, mejora la eficiencia energética mediante algas fotosintéticas, mientras la forma de mecerse en corrientes y mareas de otras algas enseña a aprovechar la energía cinética marina, una renovable cuyo rendimiento está menos expuesto que la eólica o la fotovoltaica a las condiciones meteorológicas. Se estudian las costumbres de los chimpaces para descubrir plantas medicinales o la aplicación de tecnologías complejas como las biomoléculas en los componentes de un ordenador. Aparecen nuevos desarrollos como una insulina de efecto rápido inspirada en un caracol, biopegamentos a partir de babosas, turbinas y ventiladores que imitan las protuberancias de ballenas, electrodos que emulan las estructuras fractales de algunos helechos o bioarmaduras que copian a la cochinilla de mar. Algunos son especialmente oportunos: el proyecto Bee Agritech, también español, desarrolla productos biotecnológicos y estudia, entre otros procesos naturales, la forma en que los bosques se autofertilizan. 
Aurora Jiménez

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