19Jan2022

La escasez que viene de materiales estratégicos

La digitalización masiva y la transición energética generarán cuellos de botella de algunas materias primas.

La escasez que viene de materiales estratégicos
Hoy escasean algunos tipos de plástico, el cartón básico para la logística, el diésel, los microchips, el cobre imprescindible para la electrificación o el magnesio necesario en las aleaciones de aluminio. Los problemas coyunturales de precio, logística y suministro relacionados con la pandemia enmascaran un posible cambio estructural: La pura y dura condición de recursos finitos, donde la oferta de toneladas contadas de algunas materias primas se verá desbordada por la creciente demanda. Diversos estudios apuntan ya a ese escenario mediante el cruce de tres variables: primero, la sed de materiales por la digitalización masiva,  la transición energética y el crecimiento de la economía y la población; segundo, las reservas actualmente disponibles; y, tercero, el tiempo necesario para reaccionar.  El FMI prevé que el mercado de minerales estratégicos como cobre, litio, níquel y cobalto se multiplique por cuatro entre 2021 y 2040. Para la UE, la demanda de algunas tierras raras podría multiplicarse por diez a mediados de siglo y el Banco Mundial apunta que en ese horizonte la producción de litio grafito y cobalto debería superar en un 450% la de 2018.  Europa recula y empieza a hablar de las nucleares de tercera generación para garantizar el suministro eléctrico en un mix dominado por las intermitentes renovables, pero la Asociación Nuclear Mundial prevé que en 2040 la producción de uranio será una cuarta parte de la actual. La Agencia Internacional de la Energía señala la cara B de la electrificación que no suelen mencionar los discursos sostenibles: un coche eléctrico necesita hasta seis veces más cobre, litio, níquel, cobalto, manganeso, grafito, zinc y tierras raras que uno convencional. Y una planta eólica, hasta nueve veces más sobre todo de cobre y zinc que una de gas natural. Expertos como Alicia Valero, de la Universidad de Zaragoza, o Antonio Turiel, una referencia en el CSIC, añaden a la lista la plata integrada en baterías y conectores fotovoltaicos, el platino y sus cien usos desde discos duros y fibra óptica a implantes médicos o explosivos, el galio de los Leds, además de neomidio, cadmio o plomo y combustibles fósiles como el gas natural. Otra investigadora española, Aurora Torres, firma un estudio publicado en Science sobre la falta de arena en algunos países en plena fiebre constructora. Este material, en teoría abundante, es además básico para producir de dentífricos y cosméticos a ordenadores y móviles.   La proyección de este panorama parece obvia: la amenaza de un gran cuello de botella estructural que causaría efectos negativos como aumentos de precios, desabastecimiento, acaparamiento y el freno en seco a desarrollos que hoy se dan por supuestos como la producción a gran escala de objetos conectados al Internet de las Cosas, nuevas oleadas de electrónica de consumo, el recambio de los medios de transporte o la edificación de infraestructuras para un mundo cada vez más poblado y necesitado de insumos.  ¿Soluciones? La visión más optimista confía en la evolución tecnológica en múltiples frentes como la maduración del hidrógeno, I+D de nuevos materiales, los sistemas de eficiencia energética o esos inventos disruptivos que facilitan los saltos adelante. También ponen su esperanza en cambios en los hábitos de consumo, como el regreso de la reparación y el margen de mejora de la industria circular, como el ecodiseño de móviles para facilitar la recuperación de metales (hoy extremadamente difícil por miniaturización) o el reciclaje químico que evita la degradación progresiva del material base, como todavía sucede con el plástico o el papel. También cuentan con descubrir nuevos yacimientos minerales y perfeccionar las técnicas de extracción (Europa investiga cómo cosechar metales y tierras raras en los volcanes inactivos).  Expertos como Turiel creen que el futuro exigirá un gran cambio de paradigma. Asumir que la tecnología tiene límites y que será necesario sustituir la economía de crecimiento lineal, que solo ha sido posible en las sucesivas revoluciones industriales gracias a unas materias primas abundantes y a una energía barata.