04Mar2024

El tesoro de los nódulos polimetálicos en mares profundos

En los fondos abisales esperan millones de toneladas de metales estratégicos como cobalto, níquel, cobre o manganeso, más que en todos los yacimientos terrestres.

El tesoro de los nódulos polimetálicos en mares profundos
Durante cientos de miles de años, los minerales del agua marina se van precipitando sobre algunos fondos abisales y se amalgaman en torno a un objeto (una espina, una piedra, un diente de tiburón…) hasta formar una roca del tamaño de una patata con alto contenido en hierro y manganeso, además de otros metales como cobre, níquel y cobalto. Las hay con trazas de tierras raras, plata, oro, zinc o litio. Bautizadas como nódulos polimetálicos, representan en varios sentidos el ideal de cualquier empresa minera por su carácter estratégico para fabricar baterías, componentes de vehículos eléctricos, paneles solares o semiconductores. Presentan la combinación necesaria de metales (de ahí que los describan como “una batería en una roca”) y son estratégicos en la transición energética y tecnológica, precisamente cuando los precios de las materias primas tienden al alza por la creciente brecha entre demanda y oferta. Además, los nódulos están depositados sobre el lecho marino, no hay que perforar para acceder a yacimientos, y su alto contenido en metal puro ahorra el proceso de recoger grandes cantidades de roca para obtener una pequeña porción de metal aprovechable.   Según la Agencia Internacional de la Energía, el valor de la producción de varios de estos metales se cuadriplicará entre 2021 y 2040, aunque la proyección podría moderarse si en algún momento empiezan a explotarse las altas concentraciones de nódulos en zonas del Pacífico como la Clarion-Clipperton, el océano Índico central, la Polinesia Francesa o los lechos profundos frente a Perú. Solo en la primera de ellas, la Autoridad de los Fondos Marinos adscrita a la ONU calcula que la cantidad de manganeso, níquel y cobalto supera la de todas las reservas terrestres.  En el lado de los contras, destaca una dificultad técnica formidable: para recoger ese producto ya decantado por la naturaleza hay que aventurarse en profundidades de entre 3,5 y 6,5 kilómetros, bajo unas presiones intratables y mediante una maquinaria inédita, súperespecializada y con altos costes en I+D que, sin embargo, afrontan gustosamente y ya usan en pruebas reales empresas norteamericanas pioneras de Canadá y Estados Unidos como The Metal Company o Impossible Metals. ¿Cuál es la situación actual? Como poco, compleja, y evolucionando para convertirse en una nueva falla de fricción geopolítica. Dicho de forma muy resumida, la Autoridad de los Fondos Marinos, encargada de elaborar una legislación internacional que equilibre la protección medioambiental con las necesidades económicas, ha ampliado el plazo para entregarla dada la dificultad de las negociaciones entre países e intereses. De momento solo ha concedido permisos de exploración, aunque aumentan las presiones para que comiencen los de explotación, mientras diferentes países como Noruega, Japón o Namibia han dado ese paso o están a punto de darlo en sus aguas jurisdiccionales, donde no tiene alcance la regulación internacional. La causa de esa dificultosa gestación de la normativa es la alarma medioambiental de numerosos científicos y asociaciones ecologistas. Advierten de que la succión de nódulos puede dañar irreversiblemente la capa viva del lecho marino —en ecosistemas con la mayoría de sus especies aun por descubrir—, tanto por la aspiración directa como por el efecto de los sedimentos removidos. Algunas empresas privadas defienden que ese impacto sería moderado o que, en todo caso, mucho menor que el de una minería terrestre equivalente. El contraargumento conservacionista es que una investigación a fondo necesitará de años o décadas para obtener datos realistas del daño y la capacidad de recuperación en unos ecosistemas prácticamente ignotos. Las posiciones están divididas incluso en la Unión Europea, con países a favor, como España, y en contra de la moratoria.  Quizás, la solución venga una vez más de la tecnología. Desde luego, el incentivo para su desarrollo no es menor. Algunas empresas desarrollan sistemas de colectores menos invasivos y prototipos de robots con varios brazos de precisión y visión por IA para cosechar los nódulos uno a uno sin apenas remover los fondos. Sería como recoger la aceituna a mano en vez de sacudir con máquinas los troncos de los olivos.