15Jul2022

Descarbonización de la economía: hacia la neutralidad climática

Frenar el cambio climático para asegurar la supervivencia del planeta es, según la ONU, el mayor reto al que se enfrenta hoy la humanidad. ¿cómo lograrlo?

Descarbonización de la economía: hacia la neutralidad climática
  La emisión masiva de gases de efecto invernadero a la atmósfera como consecuencia de la actividad humana es la causa directa del calentamiento de la tierra. El peligro es real y reconocido por los principales organismos medioambientales del mundo, pero la buena noticia es que la solución para frenarlo existe. Se llama descarbonización. ¿En qué consiste exactamente?   Descarbonizar, literalmente, significa reducir el consumo de combustibles fósiles que poseen carbono en su estructura molecular, cuya combustión libera energía, contaminantes y gases de efecto invernadero, especialmente dióxido de carbono (CO2), causa primordial del aumento de la temperatura. Aplicado a la economía, descarbonizar consiste en reducir las emisiones de dióxido de carbono de un país de forma significativa desde dos perspectivas: a pequeña escala, es decir, en las actividades del día a día de cada persona (poner la calefacción, encender el ordenador, coger el coche, trabajar, viajar, etc.) y a gran escala, interviniendo en todos y cada uno de los sectores que componen su economía: químico, agrícola, textil, etc., pero especialmente en el energético, responsable del 76% de las emisiones de gases de efecto invernadero en el mundo, según la plataforma Climate Watch. En esta tarea, Europa, el tercer mayor contaminante del planeta tras China y Estados Unidos, lleva la delantera. En 2015, el Acuerdo de París, suscrito por 196 países, supuso el pistoletazo de salida al aprobarse limitar el aumento de la temperatura a 2ºC, preferiblemente 1,5ºC, respecto a la época preindustrial. Seis años después, en 2021, el Parlamento ratificó la Ley Europea del Clima por la cual se estableció el marco normativo para lograr la neutralidad climática en 2050, entendiendo por neutralidad la emisión a la atmósfera de la misma cantidad de CO2 que la que se retira por otras vías. Para ello, entre otras medidas, se aprobó un presupuesto de gases de efecto invernadero, el desarrollo de un organismo científico independiente para supervisar los avances, la eliminación progresiva de las subvenciones a los combustibles fósiles como tarde en 2025, la creación de nuevos impuestos medioambientales, etc. En paralelo, poco a poco la investigación científica está permitiendo impulsar otras vías como el desarrollo de tecnologías punteras para capturar y almacenar el CO2, la sustitución de los combustibles fósiles por biocombustibles, el fomento de la eficiencia energética y, sobre todo, el empuje definitivo a las energías renovables. Todas estas medidas están encaminadas no solo a parar el acuciante problema del cambio climático, sino a sentar las bases de una nueva economía más limpia y verde. Según el informe de Deloitte, el reto de la descarbonización 2030, las renovables representan el camino hacia la energía del futuro y no es de extrañar teniendo en cuenta que para ese mismo año, el 35% del consumo final de energía en la Unión Europea deberá provenir de renovables. Entre ellas, las ya consolidadas como la hidráulica, la eólica, la solar, la geotérmica o la biomasa, otras como la osmótica o la undimotriz, aún en sus primeras fases de desarrollo, o la que para muchos expertos es la tendencia que liderará la descarbonización a largo plazo: el hidrógeno verde, una energía cien por cien sostenible que no emite contaminantes ni durante su producción ni en la combustión. Su mayor inconveniente por ahora es su elevado coste, sin embargo, países como Japón ya hablan de la “economía del hidrógeno”. En ese camino hacia las energías limpias, el informe Fostering Effective Energy Transition 2021 Edition del Foro Económico Mundial señala que, en la última década, 92 países han progresado en su transición energética y 13 de ellos han logrado una mejora sustancial. Suecia, Noruega y Dinamarca ocupan los tres primeros del ranking. España está en el puesto 17 y en el continente americano destacan Estados Unidos, Colombia, Chile y México. Noruega es el mayor productor de energía hidráulica en Europa, aunque también apuesta por la eólica y la solar. El país nórdico ha logrado implementar un sistema eléctrico único que se alimenta en un 98% de fuentes renovables. Dinamarca, por su parte, tiene en la bioenergía, la eólica, la solar y la geotérmica sus principales fuentes de energía. En el caso de Suecia son la hidroeléctrica y la bioenergía las más implantadas. La situación en el resto del mundo, según el informe, ha mejorado en la última década aunque de manera desigual: Alemania aparece en el puesto 18, Estados Unidos en el 24, Colombia en el 29 y Argentina en el 47. China y la India, dos países que en conjunto representan un tercio de la demanda mundial de energía, se sitúan en las posiciones 68 y 87, respectivamente que, aunque puede parecer poco, supone también una importante mejora respecto a los últimos años.  
EMILIO ANTONIO CARRIZOSA

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